11 abril 2007

La necesidad de trascender...



LA NECESIDAD DE TRANSCENDER LAS DICOTOMÍAS GENÉRICAS
Y EL SISTEMA BINARIO DE IDENTIDADES

(A partir de textos de Marcela Lagarde De los Ríos y de Virgina Maquiera D´Angelo)
por MARÍA DOLORES GÓMEZ SANZ


Las mujeres siempre hemos experimentado en carne propia y desde temprana edad nuestra subordinación, discriminación negativa, desigualdad de derechos, desvalorización a nuestro ser-sexo, con relación al varón y por parte de la sociedad en su conjunto, lo que no podíamos explicarnos porque se nos inculca que eso es “por naturaleza”, como un fatal determinismo biológico que deviene de una ley natural e incluso de una “ley divina” inmutable por tanto. Sólo por el hecho biológico y no elegido de haber nacido con útero y ovarios se nos impone ese sometimiento.

Muchos testimonios de mujeres recogidos en conversaciones cotidianas afirman que ya desde pequeñas o adolescentes “deseaban ser varón” porque miraban los privilegios que tenían sus hermanos o sus padres únicamente justificados por una diferencia de sexo. Esos privilegios sustentados férreamente en el seno familiar desde el nacimiento, se manifestaban escandalosamente para muchas adolescentes y jóvenes tanto en el ámbito de la casa (hacer en exclusiva las tareas domésticas y servir a los varones, aún incluso cuando ellas tal vez también estudiaran o trabajaran “fuera”), como en el ámbito de la calle (no podés llegar tarde porque te pueden violar -a los varones no los violan-, las mujeres no pueden salir de noche, mucho menos solas; tu hermano sí, porque es varón…).

A mediados del siglo XX, la francesa Simone de Beauvoir afirmó que la mujer no nace, se hace. Ello fue detonante o iluminación para que muchas mujeres rebeldes pero que no sabían aún cómo argumentar o señalar críticamente las raíces de su discriminación negativa objetivamente constatable en la práctica, iniciaran a sentar bases del conocimiento para explicar el fenómeno de su subordinación y desarrollar estudios críticos de esa su “condición” en el mundo que naturalizaba su diferencia de sexo en desigualdad. Surge así el feminismo como movimiento social y político de transformación de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, levantando la bandera de la emancipación.

Las mujeres feministas del mundo académico asumieron el reto de transformar las bases del conocimiento como premisa necesaria para el logro de los objetivos emancipadores del feminismo y señalaron enfáticamente el sesgo androcéntrico en toda la dimensión epistemológica (del sujeto, del objeto y del método), en los estudios precedentes. Empezar a superar esta distorsión científicamente acumulada fue posible al acuñar el género como categoría de análisis para designar la elaboración cultural de las asignaciones y mandatos atribuidos a hombres y mujeres. Conceptualizar el género como categoría fue un grandísimo avance para entender que la relación entre hombres y mujeres no es un fenómeno natural inmutable si no una construcción histórico-social-cultural y por tanto, susceptible de deconstrucción, de cambio.

Lourdes Benerías define el concepto de género como el “conjunto de creencias, rasgos personales, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres a través de un proceso de construcción social que tiene varias características. En primer lugar, es un proceso histórico que se desarrolla a diferentes niveles tales como el estado, el mercado de trabajo, las escuelas, los medios de comunicación, la ley, la familia y a través de las relaciones interpersonales. En segundo lugar, este proceso supone la jerarquización de estos rasgos y actividades de tal modo que los que se definen como masculinos se les atribuya mayor valor”, señalando así claramente que la condición genérica no es una cuestión natural asociada a la biología de nacer con uno u otro sexo.

A lo largo de las últimas décadas se ha venido investigando interdisciplinariamente, con énfasis en la antropología, teorizando acerca de la categoría género, del sistema de género, del sistema de sexo y género, para explicar y develar lo insostenible de lo históricamente sostenido por una sociedad hegemónicamente dominada y transversalmente normada por varones a la par de mujeres asumiendo y acomodándose a su estatus y reproduciendo en la crianza de sus hijos el sistema.

Al extraerse el género como categoría de análisis distinta del sexo se va teorizando cómo al sexo biológico femenino se le asignan socialmente toda una serie de roles y mandatos que construyen el género mujer y que giran alrededor de la maternidad, crianza de los hijos, actividades domésticas -que no son consideradas como trabajo productivo y por tanto sin valor económico-, relaciones sociales de ámbito privado, etc., mientras que a los seres nacidos con sexo masculino la sociedad les impone roles y mandatos que construyen el género varón y que giran en torno al trabajo productivo remunerado económicamente, el deber proveedor de sus seres desvalidos (esposas e hijos/as menores), su participación en las esferas públicas, políticas, militares en donde se construye historia y cultura, etc. Esta asignación diferenciada de roles y mandatos atribuye un poder y un valor positivo y superior a todo lo masculino y una subordinación y desvalorización a lo femenino, generando unas relaciones de opresión y desigualdad.

La construcción social de los géneros va conceptualizando dicotomías como las de contraponer naturaleza a cultura, esfera privada o doméstica a esfera pública, trabajo improductivo a trabajo productivo, reproducción a producción, sentimiento a razón, y muchas otras, siendo las primeras de mujeres y las segundas de varones. Este análisis social tiene una gran relevancia en la justificación de la desigualdad toda vez que cada polo de la dualidad se articula ideológicamente de una manera jerárquica atribuyendo mayor preponderancia, poder y valor a lo atribuido a varones contra la invisibilización de las actividades de las mujeres por estar en el polo dual de lo considerado sin valor.

La oposición entre lo “doméstico” y lo “público” como un resumen de las dicotomías permite identificar y explorar la situación masculina y femenina en los aspectos psicológicos, culturales, sociales y económicos de la vida de la humanidad y ha sido eje fundamental del debate feminista. Estas dualidades respectivamente asignadas no provienen de un hecho biológico si no de un hecho casi universal en la experiencia humana, el hecho de que en la mayoría de las sociedades tradicionales, las mujeres pasan una buena parte de su vida de adultas pariendo y cuidando a sus hijos/as. Estas características universales se apoyan en la organización social y, por tanto, en consideraciones sociales y no biológicas .

Además de esa dicotomía, Marcela Lagarde también habla del sistema binario de identidades, señalando que todo en nuestro mundo es femenino o masculino. La identidad se organiza a través de una metodología sociocultural histórica, no por biología o naturaleza. Las identidades son producto de un sistema de clasificación de los seres humanos de tal forma que todos somos afirmación y negación, afirmamos una identidad y negamos otra u otras: si soy mujer no soy hombre. En un mundo de clasificaciones ser algo significa no ser otro y en este sistema de especializaciones unas somos especializadas mujeres y otros son especializados hombres. La identidad de género no es la única, existen otras dimensiones (identidad en cuanto a raza, a características corporales, a nacionalidad, a gremio, etc.). Las mujeres estamos clasificadas genéricamente a partir del sexo, lo que implica deberes y prohibiciones, pero además pertenecemos a mundos. No es lo mismo ser mujer en africana que europea, o vivir en el siglo XXI que haber vivido en la edad media, por ejemplo. (Es lo que distinguimos como “condición” -de mujer- y “situación” -en el mundo y la sociedad-).

Este sistema de binario identidades en el que todo en nuestro mundo es femenino o masculino, es rígido, represivo y culpabilizante lo que son mecanismos para asegurar la pervivencia del sistema. Por ejemplo, cuando una mujer asume cosas distintas de lo dominante en su condición es considerada hombre. No tenemos conceptos de neutralidad, la conceptualización posible de otros géneros o la apertura a otras dimensiones. La identidad asignada es aprendida de aquellas personas más afectivamente relacionadas desde que nacemos y las transgresiones de género significan la confrontación con el deber ser y las figuras centrales en la pedagogía del género. A la inversa, el cumplimiento con el mandato de género es vivido con la satisfacción de la obediencia en relación con el deber ser y con las figuras que nos enseñaron a ser así. Este sistema binario de identidades genéricas se considera como “natural” y si alguien lo cambia se considera que es una persona anormal o enferma. Es más, todo lo relacionado al sexo o lo tiene que ver con los géneros está estructurado socialmente como un sistema de “lo permitido” y “lo prohibido” convirtiéndose las prohibiciones en tabúes que tienen una connotación sacralizada puesto que se considera provienen de poderes sobrenaturales y cuando se transgrede un tabú se está atentando contra un algo natural que constituye un orden previo obligatorio. Desde esta perspectiva, las normas genéricas duales se vuelven fronteras tabuadas y pasarse al otro lado es violentar el “tabú”. No es sólo desobedecer una norma mundana laica, sino sagrada, pues no se requiere tener una religión para tener estructuras sagradas internalizadas.

Pensando en una necesaria liberación de estas opresiones, tanto de la sociedad en su conjunto, como en particular de los grupos que desde esas perspectivas se consideran transgresores, es necesario superar las categorías y conceptos que se han venido construyendo.

En los últimos años, el propio movimiento feminista ha iniciado una autocrítica a sus propias conceptualizaciones y abierto nuevos debates tendentes a superar ese pensamiento dicotómico en las construcción de los géneros así como ese sistema binario de identidades.

Viginia Maquiera D’ Angelo, ya en esta primera década del Siglo XXI, habla de la necesidad de transcender el esquema dicotómico y binario haciendo importantes aportes al debate teórico contemporáneo. Hace eco de la autocrítica que Michelle Rosaldo se hizo a sus propios trabajos precedentes sobre la dicotomía doméstico/público porque descubrió que la misma se fundamenta en los enfoques y modelos teóricos de las ciencias sociales desarrollados a comienzos del siglo XX cuyos teóricos (varones) coincidieron en asumir que el lugar de las mujeres era el hogar manteniendo axiomáticamente la división entre familia y sociedad. Los científicos sociales del modernismo repartieron los papeles en términos dicotómicos y opuestos y describieron a las mujeres no como realmente eran, si no como ellos consideraban que debían ser, y lo hicieron a partir de un esquema conceptual que oponía lo “natural” a lo “moral” y que se correspondía con una visión del ámbito privado “naturalizado”. La investigación feminista había asumido inconscientemente estereotipos esencialistas admitiendo lo doméstico como la unidad mínima de la madre con su prole como algo “naturalmente” universal dictado por la realidad biológica de la reproducción y que asocia la construcción de la categoría mujer con determinados atributos de la maternidad, es decir, la crianza, el amor maternal y el hogar, que se presuponen como aspectos invariables en la experiencia e identidad de las mujeres. Debe quedar claro, entonces, que no se discute el hecho incontrovertible de que las mujeres dan a luz, si no que este hecho está sujeto a interpretación cultural es en sí mismo un hecho cultural, al igual que los diferentes significados atribuidos al ser mujer.

Rosaldo señala la tendencia de querer encontrar diferencias esenciales entre hombres y mujeres en lugar de visualizar cómo esas diferencias son creadas por relaciones sociales y especialmente por relaciones de desigualdad. La razón patriarcal occidental ha teorizado la alteridad como diferencia psicobiológica esencialista pero ha ocultado las relaciones sociales que la producen y por tanto su carácter histórico y político. Este planteamiento dio un giro en los estudios de género al invertir la lógica de análisis. Ya no son las diferencias acuñadas dicotómicamente entre hombres y mujeres ancladas en distinciones de orden biológico las que explican la desigualdad, sino que es la desigualdad la que construye tales distinciones y diferencias.

A pesar de estos avances y debates teóricos actuales, la creencia dominante de las supuestas diferencias biológicas entre hombres y mujeres y su correlato en la organización social siguen siendo persistiendo. Por ello la teorización feminista se ha esforzado en distinguir entre sexo y género, entendiendo por sexo las características anatómicas de los cuerpos, incluida la genitalidad, así como las características morfológicas del aparato reproductor y aspectos tales como diferencias hormonales y cromosómicas. El término género se reservó para designar la elaboración cultural de lo femenino y lo masculino. En este esfuerzo estaba en juego disociar un aspecto de otro para probar que el lugar de hombres y mujeres en la estructura social depende de la organización social y cultural y no de las supuestas diferencias biológicas.

Con relación al sistema binario de construir las identidades según el cual sólo existen dos géneros, masculino y femenino, construidos a partir de dos sexos predeterminados (el que tiene características físicas y biológicas que son de hombres o de mujeres, respectivamente) de modo tal que o soy uno o soy otra, también está en cuestión. Por un lado, los datos de la biología ponen en cuestión la existencia de un sistema sexual bilopar; al menos puede hablarse cinco sexos, tal vez más, lo que médicamente se llama interxexo que aglutina los tres subgrupos principales que contienen alguna mezcla de características masculinas y femeninas (herms o hermafroditas, merms atributos masculinos y femeninos con predominancia de los primeros y ferms a la inversa). Especialistas estiman que el 4% de la población en intersexo, lo cual es una buena cantidad de seres humanos.

Por otro lado, este sistema sexo/género está construido a partir de la visión de los estereotipos heterosexuales reproductivos hegemónicos y dominantes, excluyendo a las minorías sexuales a las que relega, sin más explicación que la de no cumplir con el comportamiento asignado, a la categoría de seres “anormales” transgresores de leyes sobrenaturales.

Estas corrientes de investigación cuestionan tanto los dualismos exacerbados entre los sexos, como la dicotomía naturaleza/cultura sobre la cual se ha construido también la distinción sexo/género y revelan que ambos polos de la dicotomía no son mutuamente excluyentes. En su lugar se adopta una perspectiva dialéctica para mostrar múltiples interacciones y la influencia recíproca ente la cultura y la biología. La sexualidad es también una construcción histórica, social y cultural. Asimismo se aboga por la elaboración de nuevos marcos conceptuales que permitan abonar una perspectiva reedificadora.

Esta crítica está siendo asumida y desarrollada por diversas autoras y autores actuales y la antropología ha sumado datos etnográficos e históricos para fundamentar que como conceptos sexo y género son construcciones culturales y sociales, abandonando el enfoque esencialista del sexo y concibiendo la sexualidad como construcción social.

La crítica del conocimiento es una tarea ineludible como parte del proyecto emancipatorio feminista que aspira a la transformación de las relaciones de desigualdad. Se hace urgente trascender las conceptualizaciones dicotómicas y duales para romper tabúes, liberar falsos moralismos represivos y romper cadenas sociales opresivas. Ello es una exigencia no sólo para hacer justicia a las mujeres si no también a las minorías sexuales y a las personas intersexo. El cambio de época posibilitará esta revolución pendiente.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
-Facultad de Humanidades y Comunicación. MAESTRÍA “PERSPECTIVAS DE GÉNERO Y DESARROLLO”, ASIGNATURA ORGANIZACIÓN GENÉRICA DE LA SOCIEDAD. Profesoras: Dra. Virginia Vargas, Msc. Ligia Arana García.
-Virgina Maquiera D’ Angelo: Género, diferencia y desigualdad, págs. 10-71.
-Marcela Lagarde De los Ríos: La identidad de género, págs. 90-126.

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