11 abril 2007

Los cambios se imponen...

LOS CAMBIOS SE IMPONEN PARA EL GÉNERO MASCULINO
Y ELLO BENEFICIA A MUJERES Y A VARONES

Por MARÍA DOLORES GÓMEZ SANZ
1. Introducción

La sociedad patriarcal se ha venido construyendo y cimentando, desde muchos siglos atrás, perdurando de generación en generación a través múltiples mecanismos de socialización, asignando roles y mandatos, imponiendo permisos y prohibiciones, claramente diferenciados según se nace con sexo de hombre o de mujer, construyéndose así los géneros masculino y femenino de modo tal que las diferencias biológicas se convierten -como si ello fuera ley natural- en desigualdades de derechos y oportunidades, en discriminaciones, desventajas, opresiones, desvalorizaciones y violencias en contra de las mujeres que son sometidas al poder de los varones.
Para las mujeres, al ser la parte más perdidosa de la relación, nos es más fácil una toma de conciencia y una lucha por nuestra liberación. Por ello el movimiento feminista ha venido creciendo durante las últimas décadas siendo un factor de impacto social de primer orden y estimulando cambios hacia la equidad de género.
También el sistema patriarcal oprime a los varones; sin embargo, la toma de conciencia de género de ellos que les impulse a realizar cambios es muy difícil debido al poder, privilegios y ventajas de que gozan en este tipo de sociedad. Los cambios hacia la progresiva deconstrucción y equidad de género, más allá de la voluntad de los varones, se imponen y no sólo por el avance feminista si no por múltiples factores que vienen caracterizando el cambio de época que estamos viviendo.
El objetivo de este trabajo es explicitar cómo el sistema patriarcal oprime también a los varones, por qué es tan difícil –sin embargo- la toma de conciencia y movilización para el cambio de ellos y los factores externos a ellos mismos que les imponen cambios de los cuales también se beneficiarán.
2. La opresión que el sistema patriarcal provoca en los varones.

El género masculino se ha venido construyendo sobre una base sexualizada y la masculinidad es sinónima de virilidad asociada al falo y al uso o abuso del mismo. Al ser humano que nace con pene, se le llama hombre. Sin embargo, “ser hombre” es mucho más que poseer el órgano anatómico, puesto que hay que aprender toda una forma de pensar, sentir, expresar, actuar, comunicar, ejercer poder de dominación sobre otros seres y sobre las mujeres en particular, para demostrar que se es “verdaderamente hombre”. Todo ello construye el género masculino o masculinidad.
Esas formas y requisitos genéricos que por nacer con pene hay que cumplir se convierten para los varones en cárceles agobiantes puesto que si no son capaces del adecuado cumplimiento pueden ser considerados “no hombres” y si no son hombres, entonces ¿qué son?. Una situación así se vive con gran angustia y desequilibrio emocional. Al haberse construido binariamente las identidades de forma que todo es masculino o femenino, o sea, o sos hombre o sos mujer, ante el cuestionamiento de “no ser hombre” no queda más que decir que sos mujer u homosexual con toda la carga peyorativa que ello tiene. La renuncia a lo femenino, además de fundamentarse en el miedo a ser considerado homosexual, se explica por la desvalorización y menosprecio que históricamente se ha dado hacia el mundo femenino. En el sistema patriarcal que sufrimos, lo importante, lo que tiene valor sustantivo, lo exaltado por la sociedad y los medios de comunicación, es lo relacionado con la productividad, el ámbito público, el poder político y poder en todas sus expresiones, la racionalidad, la productividad, la individualidad, todo ello asociado a la masculinidad; mientras, el mundo de la afectividad, la intuición, las emociones, la compasión, la empatía, forman parte del mundo femenino, no son temas considerados en las políticas ni son temas de importancia considerada para el desarrollo de la sociedad.
Podemos hablar de una masculinidad hegemónica o del hombre ideal identificado con el varón blanco, joven, casado, heterosexual, procreador, urbano, profesional, con trabajo de tiempo completo, proveedor de su hogar, de pene grande, con esposa fiel, con amantes, de buen aspecto, líder, fuerte, que no tiene miedo. También hablamos de una masculinidad subordinada, es decir, la de aquellos varones que no cumplen ese estándar por ser campesinos, indígenas, homosexuales, tener pene pequeño, ser pobres, en desempleo estacionario o crónico, miedosos, no tienen éxito con las mujeres, etc.
Los varones de masculinidad hegemónica pasan toda su vida en el “estrés” de demostrar que son esos hombres, capaces de proveer en solitario las necesidades de su núcleo familiar, de tener potencia y apetito sexual sin límites, de tener éxito social y poder demostrarlo con arrogancia, debiendo ser fuertes físicamente, bruscos y agresivos en sus relaciones, dominadores de sus mujeres, legitimados para ejercer violencia (verbal, psicológica, física, sexual o de cualquier naturaleza). Los varones de masculinidad subordinada, además del mismo estrés, sufren vergüenza ante su propio género, baja autoestima, depresiones y otras vivencias negativas de sí mismos y con el entorno, lo que a menudo intentan compensar ejerciendo o incrementando la violencia en su hogar o el abuso sexual en su entorno para demostrar así su hombría cuestionada y autocuestionada, o consumiendo alcohol, drogas u otros mecanismos autodestructivos conscientes o inconscientes. También el consumo de alcohol y drogas va parejo a la masculinidad dominante, a como se publicita del licor que su consumo es de “hombres muy hombres”, por ejemplo.
¿Son felices los varones viviendo ese estrés?. ¿Son felices los varones agresores?. ¿Son felices los varones cuya masculinidad es hegemónica o subordinada?. Obviamente debemos contestar que no. En esta construcción de la masculinidad se impide a los varones experimentar conscientemente toda la diversidad fascinante de emociones, el placer de cuidar de los otros, el gozar de la niñez y crianza de sus hijos/as, la plenitud de una relación de pares con las mujeres, el placer de un orgasmo integral y no sólo genital, la empatía en las relaciones interpersonales, la amistad profunda y relación de intimidad con personas de su mismo sexo; y no es que los hombres no tengan todas esas necesidades emocionales y afectivas, si no que se le reprimen y se las auto reprime inconscientemente para cumplir el rol genérico asignado, con lo que queda mermado y frustrado su potencial humano. Por otro lado, la afirmación de la identidad masculina impele a los hombres a comportamientos sociales y sexuales que se basan en correr riesgos, en la falta de cuido de ellos mismos, en la indiferencia preventiva, lo que les conlleva una mayor vulnerabilidad para contraer enfermedades, tener que enfrentar embarazos no deseados, no ser sujetos de políticas públicas para sus propias necesidades de salud reproductiva y un largo etcétera de perjuicios. La masculinidad se ha transformado así en alienación ya que implica suprimir emociones, sentimientos y negar necesidades. El varón llega a temer que si muestra su debilidad humana, si experimenta y demuestra sentimientos de ternura y afecto , puede ser confundido y cuestionado en cuanto a su hombría y se siente obligado a creer que la mujer le pertenece y que las relaciones con ella deben ser más de poder que afectivas. La gran paradoja del sistema patriarcal es que las formas dañinas de la masculinidad dentro de esta sociedad androcéntrica son perjudiciales no sólo para las mujeres, sino también para los mismos varones.

3. Dificultades para la toma de conciencia de los hombres.

Si los hombres son también oprimidos por el sistema patriarcal, ¿por qué no toman conciencia de su propia condición y luchan y se mobilizan para el cambio?, ¿qué factores principalmente se lo impiden?.
Para la mayoría de los varones de nuestras sociedades, el comprometerse en un esfuerzo por deconstruir la masculinidad tradicional sería signo de homosexualidad o cochonería y el temor a esa estigmatización paraliza cualquier intento de desaprender el machismo.
Pero también el sistema patriarcal conlleva para los varones ventajas y privilegios de tal arraigo y dimensión que hacen muy difícil su toma de conciencia para el cambio. En el balance “qué gano, qué pierdo” ellos no son capaces de visualizar significativas o sustantivas ganancias con la transformación de la sociedad patriarcal en una sociedad con equidad de género y con cualquier pequeño cambio cosmético sentencian que ya no son machistas para así perpetuar sus ventajas.
La socialización primaria de los varones en la familia, escuela, barrio, sociedad en su conjunto, está sustentada en dos ejes centrales: la pedagogía de la violencia y la pedagogía del privilegio. La primera les enseña a ser fuertes y agresivos, a ostentar poder de dominación; la segunda va enraizando y naturalizando muy significativas ventajas del ser hombre, fundamentalmente en el ámbito doméstico en el que las mujeres y las niñas son sus servidoras, empleadas domésticas gratuitas, únicas responsables de todas las tareas necesarias para la crianza de los hijos e hijas comunes. Las tareas domésticas y las de crianza nunca se acaban, son agotadoras y no tienen remuneración, prestigio ni reconocimiento. Los varones nacen liberados de todas ellas a costa de las mujeres que nacen ya con esa responsabilidad a cuestas, subordinadas a los varones con esa suerte de esclavitud. Los varones pueden ser para sí, tener tiempo para sí mismos, planificar su ocio, autoafirmarse individualmente, a costa de las mujeres que son para los demás por construcción genérica y nunca tienen el tiempo para dedicarse a ellas. El hombre se construye con derechos en exclusiva y los privilegios del amo que consciente e inconscientemente impone a través de múltiples estrategias y, de ser necesario, utilizando la violencia. La violencia no tiene porqué ser siempre brutalmente física, si no que muchas sutilezas que se han conceptualizado como micromachismos constituyen una verdadera violencia de género que los varones ejercitan expertamente para mantener sus privilegios y espacios. Se han acuñado (1) distintas clases de micromachismos, agrupando conductas, gestos, expresiones, siendo el “vampirismo” un clarísimo ejemplo que según Luis Bobino significa el “cómo los varones aprovechan abusivamente para sí los beneficios de la capacidad de cuidado femenino ya que la imposición de disponibilidad femenina hacia el varón, acrecienta la calidad de vida de él a expensas de la mujer, sin que éste (ni la cultura patriarcal) habitualmente lo reconozcan”.
Los privilegios que el hombre goza en el ámbito laboral, social, familiar, doméstico unido al miedo que sienten de ser señalados como sospechosos de su hombría o de ser no-hombres, son poderosos obstáculos que se convierten en férreas resistencias para la toma de conciencia y movilización para el cambio de los hombres.
4. Factores que imponen cambios al género masculino,
beneficiosos para ellas y para ellos.

El inmovilismo de los varones para el cambio (salvo rarísimas y encomiables excepciones) no impide que los cambios se vayan imponiendo, por el empuje de factores externos su voluntad.
Actualmente se está hablando de una crisis de la masculinidad a causa de los cambios ocurridos en el campo cultural, económico y social; parte de estos cambios lo constituye la progresiva liberación y mayor integración de la mujer en el espacio público. La lucha de las mujeres para hacer desaparecer el patriarcado ha conseguido disminuir la influencia de éste en algunas estructuras políticas, sociales y económicas. La progresiva toma de conciencia de las mujeres que se extiende es factor de gran impacto social, que raya transversalmente espacios públicos y privados (centros de trabajo, grupos sociales, liderazgo comunitario, talleres, conferencias, seminarios, pláticas en la calle, en la casa, en la cama….); no se visualiza toda su dimensión en los medios de comunicación de consumo masivo pero forman ya parte irrefutable e irreversible de la realidad. Ello también provoca un incremento de la violencia en contra de las mujeres que se “insubordinan” pero afortunadamente ya está en todas las agendas políticas el tema de la violencia para un enfrentamiento social e institucional y, aunque todavía hay muchísimo por hacer, se viene avanzando. El empuje del feminismo ha afectado el desequilibrio de poder que existía entre ambos géneros, con una tendencia a la mayor equidad entre hombres y mujeres, aun cuando el espacio doméstico sigue siendo de responsabilidad femenina y el hombre solamente coopera cuando quiere y puede.
Sin embargo, no es únicamente la toma de conciencia de las mujeres la que empuja a los cambios si no también los factores de transformación que están caracterizando el cambio de época en que vivimos, la construcción de nuevos paradigmas. Una gran influencia de las nuevas tecnologías de la comunicación, la transformación del sistema productivo, la globalización, las rupturas moralistas dominantes en las culturas, entre otros factores.
Se están dando importantes transformaciones en nuestros países que provocan (y a veces provienen de) cambios en las relaciones de género. Algunas son (2): el acelerado proceso de urbanización, cambios en la infraestructura económica con la incorporación de las mujeres a la fuerza laboral, el deterioro del poder adquisitivo lo que impulsa a más miembros de la familia a trabajar por un salario, muchos de ellos mujeres; la creciente migración interna y a otros países; cambios en la organización familiar; tendencia a relaciones de género de mayor equidad en campos cada vez mas diversificados como por ejemplo la educación y la política y la progresiva toma de conciencia social alrededor de los derechos humanos, la democracia participativa, la construcción de ciudadanía, la recuperación de valores éticos, entre otros.
Debemos empujar, sumar a los cambios así como remover resistencias, pues no se trata de “dar la vuelta a la tortilla” y que ahora las mujeres estén encima de los hombres, si no romper toda subordinación y construir una nueva sociedad con equidad de género, en igualdad de derechos y de obligaciones, en suma, ser todos y todas más felices.


5. Conclusiones y visiones de futuro.

El sistema patriarcal provoca en los varones opresiones, insatisfacciones, traumas, merma de su potencial humano integral, altas o importantes dosis de estrés y de ansiedad al tener que estar continuamente demostrando que “son hombres“ según la construcción genérica dominante de masculinidad (y que cada vez menos varones cumplen). Sin embargo, su toma de conciencia de género que provoque una movilización para el cambio, es muy difícil por dos razones fundamentales: a) el miedo a ser considerados no-hombres u homosexuales en caso de involucrarse en procesos de desaprender a ser machistas; y b) los privilegios y ventajas que el sistema les proporciona a costa de la subordinación y desvalorización de las mujeres, especialmente en el ámbito doméstico, los cuales lejos de estar dispuestos a perder se aferran en mantener recurriendo a todo tipo de estrategias, incluida la violencia, violencia sutil en el caso de los micromachismos o violencia física y sexual que consideran legítima para mantener el orden estatuido.
Con la voluntad y cooperación de los varones o sin ellas, los cambios se imponen y también a ellos benefician. El avance y penetración del movimiento feminista, la toma de conciencia de las mujeres movilizadas para su liberación, son un factor importante y decisivo para los cambios, pero no el único. El cambio de época en que estamos viviendo promueve múltiples factores sociales, económicos, políticos, culturales, religiosos, que impulsan deconstrucciones y reconstrucciones genéricas y promueven una sociedad con equidad de género.
Debe desmitificarse la creencia de que son los hombres los grandes beneficiados del patriarcado, los privilegiados, mostrando las grandes desventajas que también tiene para ellos la cultura actual de género. Este aspecto es de máxima importancia, puesto que el cambio de planteamientos será más viable y a menor plazo, en la medida que ellos sientan que dicho cambio también les beneficia.
Debe ir emergiendo una nueva identidad humana-social, de aprender desde que nacemos a ser personas humanas más que aprender a ser hombres o mujeres. Esa identidad estará basada en igualdad de derechos y obligaciones, en la construcción de ciudadanía; socializar a partir de los derechos humanos que son universales, sin distinciones de géneros. Construir una identidad a partir de ser especie humana diferenciada de otras especies animales, vegetales o minerales que existen en la naturaleza pero siempre construida en el respeto irrestricto de la vida de todos los seres de la creación.
En el futuro, la cuestión de la inequidad de género dejará de ser asunto de mujeres y pasará a ser una responsabilidad compartida entre hombres y mujeres.

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NOTAS
1. Luis Bobino Méndez: Micromachismos, la violencia invisible en la pareja. 1ª. edición, 1998.
2. Benno de Keijzer: Hasta donde el cuerpo aguante: Género, Cuerpo y Salud Masculina.

BIBLIOGRAFÍA
- Robert W. Connel: La organización social de la Masculinidad.
- Benno de Keijzer: Hasta donde el cuerpo aguante: Género, Cuerpo y Salud Masculina
- Luis Bobino Méndez: MICROMACHISMOS La violencia invisible en la pareja
- Rafael Montesinos: Los cambios de la Masculinidad como expresión de la transición social
- Mario Malespín, Jairo Luna, Jimmy Flores, Neus Andreu: El enfoque masculino de la inequidad de género.

La necesidad de trascender...



LA NECESIDAD DE TRANSCENDER LAS DICOTOMÍAS GENÉRICAS
Y EL SISTEMA BINARIO DE IDENTIDADES

(A partir de textos de Marcela Lagarde De los Ríos y de Virgina Maquiera D´Angelo)
por MARÍA DOLORES GÓMEZ SANZ


Las mujeres siempre hemos experimentado en carne propia y desde temprana edad nuestra subordinación, discriminación negativa, desigualdad de derechos, desvalorización a nuestro ser-sexo, con relación al varón y por parte de la sociedad en su conjunto, lo que no podíamos explicarnos porque se nos inculca que eso es “por naturaleza”, como un fatal determinismo biológico que deviene de una ley natural e incluso de una “ley divina” inmutable por tanto. Sólo por el hecho biológico y no elegido de haber nacido con útero y ovarios se nos impone ese sometimiento.

Muchos testimonios de mujeres recogidos en conversaciones cotidianas afirman que ya desde pequeñas o adolescentes “deseaban ser varón” porque miraban los privilegios que tenían sus hermanos o sus padres únicamente justificados por una diferencia de sexo. Esos privilegios sustentados férreamente en el seno familiar desde el nacimiento, se manifestaban escandalosamente para muchas adolescentes y jóvenes tanto en el ámbito de la casa (hacer en exclusiva las tareas domésticas y servir a los varones, aún incluso cuando ellas tal vez también estudiaran o trabajaran “fuera”), como en el ámbito de la calle (no podés llegar tarde porque te pueden violar -a los varones no los violan-, las mujeres no pueden salir de noche, mucho menos solas; tu hermano sí, porque es varón…).

A mediados del siglo XX, la francesa Simone de Beauvoir afirmó que la mujer no nace, se hace. Ello fue detonante o iluminación para que muchas mujeres rebeldes pero que no sabían aún cómo argumentar o señalar críticamente las raíces de su discriminación negativa objetivamente constatable en la práctica, iniciaran a sentar bases del conocimiento para explicar el fenómeno de su subordinación y desarrollar estudios críticos de esa su “condición” en el mundo que naturalizaba su diferencia de sexo en desigualdad. Surge así el feminismo como movimiento social y político de transformación de las relaciones de poder entre hombres y mujeres, levantando la bandera de la emancipación.

Las mujeres feministas del mundo académico asumieron el reto de transformar las bases del conocimiento como premisa necesaria para el logro de los objetivos emancipadores del feminismo y señalaron enfáticamente el sesgo androcéntrico en toda la dimensión epistemológica (del sujeto, del objeto y del método), en los estudios precedentes. Empezar a superar esta distorsión científicamente acumulada fue posible al acuñar el género como categoría de análisis para designar la elaboración cultural de las asignaciones y mandatos atribuidos a hombres y mujeres. Conceptualizar el género como categoría fue un grandísimo avance para entender que la relación entre hombres y mujeres no es un fenómeno natural inmutable si no una construcción histórico-social-cultural y por tanto, susceptible de deconstrucción, de cambio.

Lourdes Benerías define el concepto de género como el “conjunto de creencias, rasgos personales, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades que diferencian a hombres y mujeres a través de un proceso de construcción social que tiene varias características. En primer lugar, es un proceso histórico que se desarrolla a diferentes niveles tales como el estado, el mercado de trabajo, las escuelas, los medios de comunicación, la ley, la familia y a través de las relaciones interpersonales. En segundo lugar, este proceso supone la jerarquización de estos rasgos y actividades de tal modo que los que se definen como masculinos se les atribuya mayor valor”, señalando así claramente que la condición genérica no es una cuestión natural asociada a la biología de nacer con uno u otro sexo.

A lo largo de las últimas décadas se ha venido investigando interdisciplinariamente, con énfasis en la antropología, teorizando acerca de la categoría género, del sistema de género, del sistema de sexo y género, para explicar y develar lo insostenible de lo históricamente sostenido por una sociedad hegemónicamente dominada y transversalmente normada por varones a la par de mujeres asumiendo y acomodándose a su estatus y reproduciendo en la crianza de sus hijos el sistema.

Al extraerse el género como categoría de análisis distinta del sexo se va teorizando cómo al sexo biológico femenino se le asignan socialmente toda una serie de roles y mandatos que construyen el género mujer y que giran alrededor de la maternidad, crianza de los hijos, actividades domésticas -que no son consideradas como trabajo productivo y por tanto sin valor económico-, relaciones sociales de ámbito privado, etc., mientras que a los seres nacidos con sexo masculino la sociedad les impone roles y mandatos que construyen el género varón y que giran en torno al trabajo productivo remunerado económicamente, el deber proveedor de sus seres desvalidos (esposas e hijos/as menores), su participación en las esferas públicas, políticas, militares en donde se construye historia y cultura, etc. Esta asignación diferenciada de roles y mandatos atribuye un poder y un valor positivo y superior a todo lo masculino y una subordinación y desvalorización a lo femenino, generando unas relaciones de opresión y desigualdad.

La construcción social de los géneros va conceptualizando dicotomías como las de contraponer naturaleza a cultura, esfera privada o doméstica a esfera pública, trabajo improductivo a trabajo productivo, reproducción a producción, sentimiento a razón, y muchas otras, siendo las primeras de mujeres y las segundas de varones. Este análisis social tiene una gran relevancia en la justificación de la desigualdad toda vez que cada polo de la dualidad se articula ideológicamente de una manera jerárquica atribuyendo mayor preponderancia, poder y valor a lo atribuido a varones contra la invisibilización de las actividades de las mujeres por estar en el polo dual de lo considerado sin valor.

La oposición entre lo “doméstico” y lo “público” como un resumen de las dicotomías permite identificar y explorar la situación masculina y femenina en los aspectos psicológicos, culturales, sociales y económicos de la vida de la humanidad y ha sido eje fundamental del debate feminista. Estas dualidades respectivamente asignadas no provienen de un hecho biológico si no de un hecho casi universal en la experiencia humana, el hecho de que en la mayoría de las sociedades tradicionales, las mujeres pasan una buena parte de su vida de adultas pariendo y cuidando a sus hijos/as. Estas características universales se apoyan en la organización social y, por tanto, en consideraciones sociales y no biológicas .

Además de esa dicotomía, Marcela Lagarde también habla del sistema binario de identidades, señalando que todo en nuestro mundo es femenino o masculino. La identidad se organiza a través de una metodología sociocultural histórica, no por biología o naturaleza. Las identidades son producto de un sistema de clasificación de los seres humanos de tal forma que todos somos afirmación y negación, afirmamos una identidad y negamos otra u otras: si soy mujer no soy hombre. En un mundo de clasificaciones ser algo significa no ser otro y en este sistema de especializaciones unas somos especializadas mujeres y otros son especializados hombres. La identidad de género no es la única, existen otras dimensiones (identidad en cuanto a raza, a características corporales, a nacionalidad, a gremio, etc.). Las mujeres estamos clasificadas genéricamente a partir del sexo, lo que implica deberes y prohibiciones, pero además pertenecemos a mundos. No es lo mismo ser mujer en africana que europea, o vivir en el siglo XXI que haber vivido en la edad media, por ejemplo. (Es lo que distinguimos como “condición” -de mujer- y “situación” -en el mundo y la sociedad-).

Este sistema de binario identidades en el que todo en nuestro mundo es femenino o masculino, es rígido, represivo y culpabilizante lo que son mecanismos para asegurar la pervivencia del sistema. Por ejemplo, cuando una mujer asume cosas distintas de lo dominante en su condición es considerada hombre. No tenemos conceptos de neutralidad, la conceptualización posible de otros géneros o la apertura a otras dimensiones. La identidad asignada es aprendida de aquellas personas más afectivamente relacionadas desde que nacemos y las transgresiones de género significan la confrontación con el deber ser y las figuras centrales en la pedagogía del género. A la inversa, el cumplimiento con el mandato de género es vivido con la satisfacción de la obediencia en relación con el deber ser y con las figuras que nos enseñaron a ser así. Este sistema binario de identidades genéricas se considera como “natural” y si alguien lo cambia se considera que es una persona anormal o enferma. Es más, todo lo relacionado al sexo o lo tiene que ver con los géneros está estructurado socialmente como un sistema de “lo permitido” y “lo prohibido” convirtiéndose las prohibiciones en tabúes que tienen una connotación sacralizada puesto que se considera provienen de poderes sobrenaturales y cuando se transgrede un tabú se está atentando contra un algo natural que constituye un orden previo obligatorio. Desde esta perspectiva, las normas genéricas duales se vuelven fronteras tabuadas y pasarse al otro lado es violentar el “tabú”. No es sólo desobedecer una norma mundana laica, sino sagrada, pues no se requiere tener una religión para tener estructuras sagradas internalizadas.

Pensando en una necesaria liberación de estas opresiones, tanto de la sociedad en su conjunto, como en particular de los grupos que desde esas perspectivas se consideran transgresores, es necesario superar las categorías y conceptos que se han venido construyendo.

En los últimos años, el propio movimiento feminista ha iniciado una autocrítica a sus propias conceptualizaciones y abierto nuevos debates tendentes a superar ese pensamiento dicotómico en las construcción de los géneros así como ese sistema binario de identidades.

Viginia Maquiera D’ Angelo, ya en esta primera década del Siglo XXI, habla de la necesidad de transcender el esquema dicotómico y binario haciendo importantes aportes al debate teórico contemporáneo. Hace eco de la autocrítica que Michelle Rosaldo se hizo a sus propios trabajos precedentes sobre la dicotomía doméstico/público porque descubrió que la misma se fundamenta en los enfoques y modelos teóricos de las ciencias sociales desarrollados a comienzos del siglo XX cuyos teóricos (varones) coincidieron en asumir que el lugar de las mujeres era el hogar manteniendo axiomáticamente la división entre familia y sociedad. Los científicos sociales del modernismo repartieron los papeles en términos dicotómicos y opuestos y describieron a las mujeres no como realmente eran, si no como ellos consideraban que debían ser, y lo hicieron a partir de un esquema conceptual que oponía lo “natural” a lo “moral” y que se correspondía con una visión del ámbito privado “naturalizado”. La investigación feminista había asumido inconscientemente estereotipos esencialistas admitiendo lo doméstico como la unidad mínima de la madre con su prole como algo “naturalmente” universal dictado por la realidad biológica de la reproducción y que asocia la construcción de la categoría mujer con determinados atributos de la maternidad, es decir, la crianza, el amor maternal y el hogar, que se presuponen como aspectos invariables en la experiencia e identidad de las mujeres. Debe quedar claro, entonces, que no se discute el hecho incontrovertible de que las mujeres dan a luz, si no que este hecho está sujeto a interpretación cultural es en sí mismo un hecho cultural, al igual que los diferentes significados atribuidos al ser mujer.

Rosaldo señala la tendencia de querer encontrar diferencias esenciales entre hombres y mujeres en lugar de visualizar cómo esas diferencias son creadas por relaciones sociales y especialmente por relaciones de desigualdad. La razón patriarcal occidental ha teorizado la alteridad como diferencia psicobiológica esencialista pero ha ocultado las relaciones sociales que la producen y por tanto su carácter histórico y político. Este planteamiento dio un giro en los estudios de género al invertir la lógica de análisis. Ya no son las diferencias acuñadas dicotómicamente entre hombres y mujeres ancladas en distinciones de orden biológico las que explican la desigualdad, sino que es la desigualdad la que construye tales distinciones y diferencias.

A pesar de estos avances y debates teóricos actuales, la creencia dominante de las supuestas diferencias biológicas entre hombres y mujeres y su correlato en la organización social siguen siendo persistiendo. Por ello la teorización feminista se ha esforzado en distinguir entre sexo y género, entendiendo por sexo las características anatómicas de los cuerpos, incluida la genitalidad, así como las características morfológicas del aparato reproductor y aspectos tales como diferencias hormonales y cromosómicas. El término género se reservó para designar la elaboración cultural de lo femenino y lo masculino. En este esfuerzo estaba en juego disociar un aspecto de otro para probar que el lugar de hombres y mujeres en la estructura social depende de la organización social y cultural y no de las supuestas diferencias biológicas.

Con relación al sistema binario de construir las identidades según el cual sólo existen dos géneros, masculino y femenino, construidos a partir de dos sexos predeterminados (el que tiene características físicas y biológicas que son de hombres o de mujeres, respectivamente) de modo tal que o soy uno o soy otra, también está en cuestión. Por un lado, los datos de la biología ponen en cuestión la existencia de un sistema sexual bilopar; al menos puede hablarse cinco sexos, tal vez más, lo que médicamente se llama interxexo que aglutina los tres subgrupos principales que contienen alguna mezcla de características masculinas y femeninas (herms o hermafroditas, merms atributos masculinos y femeninos con predominancia de los primeros y ferms a la inversa). Especialistas estiman que el 4% de la población en intersexo, lo cual es una buena cantidad de seres humanos.

Por otro lado, este sistema sexo/género está construido a partir de la visión de los estereotipos heterosexuales reproductivos hegemónicos y dominantes, excluyendo a las minorías sexuales a las que relega, sin más explicación que la de no cumplir con el comportamiento asignado, a la categoría de seres “anormales” transgresores de leyes sobrenaturales.

Estas corrientes de investigación cuestionan tanto los dualismos exacerbados entre los sexos, como la dicotomía naturaleza/cultura sobre la cual se ha construido también la distinción sexo/género y revelan que ambos polos de la dicotomía no son mutuamente excluyentes. En su lugar se adopta una perspectiva dialéctica para mostrar múltiples interacciones y la influencia recíproca ente la cultura y la biología. La sexualidad es también una construcción histórica, social y cultural. Asimismo se aboga por la elaboración de nuevos marcos conceptuales que permitan abonar una perspectiva reedificadora.

Esta crítica está siendo asumida y desarrollada por diversas autoras y autores actuales y la antropología ha sumado datos etnográficos e históricos para fundamentar que como conceptos sexo y género son construcciones culturales y sociales, abandonando el enfoque esencialista del sexo y concibiendo la sexualidad como construcción social.

La crítica del conocimiento es una tarea ineludible como parte del proyecto emancipatorio feminista que aspira a la transformación de las relaciones de desigualdad. Se hace urgente trascender las conceptualizaciones dicotómicas y duales para romper tabúes, liberar falsos moralismos represivos y romper cadenas sociales opresivas. Ello es una exigencia no sólo para hacer justicia a las mujeres si no también a las minorías sexuales y a las personas intersexo. El cambio de época posibilitará esta revolución pendiente.

BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA:
-Facultad de Humanidades y Comunicación. MAESTRÍA “PERSPECTIVAS DE GÉNERO Y DESARROLLO”, ASIGNATURA ORGANIZACIÓN GENÉRICA DE LA SOCIEDAD. Profesoras: Dra. Virginia Vargas, Msc. Ligia Arana García.
-Virgina Maquiera D’ Angelo: Género, diferencia y desigualdad, págs. 10-71.
-Marcela Lagarde De los Ríos: La identidad de género, págs. 90-126.